Desastre. (Flashbacks 8)

viernes, 30 de mayo de 2014

 
«Until I'm no longer human and you're no longer sane
my face is hard with anger, but I want you just the same.»

De vuelta en el descapotable blanco de Kyle, Annabelle tenía los pies sobre el salpicadero y las manos cruzadas sobre el pecho, trantando de traquilizarse. Su respiración se había calmado bastante, pero seguía sintiendo como si algo dentro de ella fuese a explotar de ella. Sí, ella era Annabelle Rousseau. Pero quizás, sólo quizás, ella no podía con todo.

Cerró los ojos, respiró hondo y abrió la puerta del coche para salir. Kyle la siguió. Annabelle se acercó a él, quitándole el extraño aunque informal sombrero negro que él llevaba para ponérselo ella y le dedicó una sonrisa más o menos sincera. Kyle la besó con cuidado y entrelazó sus dedos entre los de ella, y caminaron juntos hacia la multitud.

-¿Qué es esto, entonces? ¿Un concierto? ¿Una fiesta?

-Es una fiesta -respondió Kyle, mientras le daba los pases al tipo de la entrada, que parecía un luchador de sumo con cara de pocos amigos-, pero con música en directo.

-Podéis pasar -dijo Luchador de Sumo.

Ella asintió, asimilando la idea de que iba a entrar en un lugar donde había una aglomeración. De muchas, mucha gente. Toda junta. Se masajeó las sienes para intentar tranquilizarse, y notó que su frente estaba cubierta de sudor frío.

-Eh, tranquila -la calmó Kyle, notando como ella se tensaba y casi se caía de sus tacones-. Ya verás. Te gustará.

Llegaron a donde estaba toda la gente. Delante de ellos había un pequeño e improvisado escenario, con una batería, un micrófono y amplificadores. A los lados de ese sitio -que estaba al aire libre, o de lo contrario Annabelle ni habría pensado en ir- estaban colocadas dos mesas; una con aperitivos y otra a modo de barra, con asientos altos junto a ella. Un hombre joven con barba de varios días preparaba bebidas para una pareja con la cara agujereada por piercings y la piel cubierta de tatuajes. La gente aquí es extraña, pensó Annabelle, aunque era mucho más probable que ella fuese la extraña.

-¿Quieres beber algo? -preguntó Kyle, a lo que ella respondió moviendo su cabeza una pulgada hacia arriba y otra hacia abajo, con un gesto que pretendía decir .

Annabelle miró a su alrededor. En el pequeño espacio que ocupaba aquella fiesta, seguramente no cabría ni un alfiler más. Cientos de cuerpos bailaban -con movimientos resumidos en dar saltitos con un puño en el aire- frente al escenario, en el que ahora tocaba un grupo de personas no mucho más mayores que Annabelle. El cantante era rubio, y por lo que podía ver sus ojos eran de un azul celeste gélido. Tenía una hombros delgados y aspecto debilucho, aunque ser el cantante de un grupo le hacía verse bien, al menos desde el punto de vista de Annabelle.

Las personas que bailaban tenían el aspecto más extraño y más variado que ella hubiera visto jamás. Había personas vestidas de negro, chaquetas de cuero con tachuelas cubrían sus hombros y botas militares sus pies. También había gente con el pelo de colores vivos, algunos de amarillo chillón, otros naranja fluorescente, rosa fucsia e incluso azul neón.

En ese momento, Kyle se le acercó con las bebidas. Con él iban dos personas más. El cantante del grupo, que al parecer había sido reemplazado por un tiempo por un chaval pelirrojo, y una de las chicas con el pelo de colores que había visto en la pista de baile. Ella llevaba el pelo en un tono azul celeste que resultaba agradable para la vista, no como muchos de los otros colores que podían verse frente al escenario.

-Annabelle, ellos son unos amigos que quería presentarte.

-Hey -dijo el cantante- soy Quentin. Un placer.

-Annabelle -dijo ella, saludándole tímidamente con la mano.

-Te llamaré Belle -ella abrió la boca para quejarse, pero Quentin la interrumpió-. ¿Qué? Te queda bien ese nombre.

Ella se sonrojó, y, para disimularlo, puso los ojos en blanco.

-¿Sabes?, yo compartí piso con Dixon. Este tío ronca por las noches como un cerdo con resfriado. Fueron los tres años que peor he dormido en toda mi vida.

-Esa información sobraba, Q -dijo Kyle, dándole un codazo a su amigo.
Annabelle rió con ganas. Ya no la incomodaba tanto eso de estar entre toda aquella gente. A lo mejor terminaba pasándolo bien esa noche. O a lo mejor no.

-Eh -dijo Pelo Azul-, creo que sigo existiendo, aunque hayáis decidido excluirme de la conversación.

-Perdona -se disculpó Kyle-. Annabelle, esta es Jade.

Annabelle fue a darle la mano, pero ella simplemente se lanzó y le dio un fuerte abrazo, como si la conociera de toda la vida. Al principio Anabelle se tensó, ya que no estaba acostumbrada a abrazar a extraños, pero después la abrazó también. Su cabello olía a agua salada y estaba bastante húmedo; estaba claro que había estado hacía poco en el mar.

-Pareces maja -dijo Jade, sonriéndole.

-Gracias. Estoy casi segura de serlo -bromeó Annabelle-. Tú también pareces maja.

En ese momento, alguien llamó a Quentin a través de los altavoces. Era el pelirrojo que le sustituía en el escenario, anunciando que debía volver a su puesto.

-El deber me llama -se lamentó el joven, haciendo una mueca de «qué le vamos a hacer». Antes de que se fuera, Kyle le hizo una señal para que se acercara y le dijo algo al oído. Quentin asintió y se marchó, perdiéndose entre la gente.

Annabelle frunció el ceño, preguntándose qué le habría dicho. Se imaginó que sería alguna broma de tíos, algo así como "eh, mira, la tía del pelo naranja chillón está bien para ti", y Quentin habría asentido queriendo decir "sí, puede". Aunque esa era sólo una de las opciones. Tonterías, pensó Annabelle, no le des más vueltas.

Entonces unas notas de piano conocidas empezaron a sonar a través de los amplificadores. Annabelle miró hacia el escenario, donde el pelirrojo había ocupado el lugar del teclado. Sus finos dedos de pianista bordaban a la perfección la melodía de Asleep. Oh, Dios. Era Asleep. El corazón de Annabelle dio un vuelco en su pecho, y, aunque no le gustara admitirlo, se emocionó en cuanto supo qué era lo que Kyle la había dicho a Quentin.

Aquella era su canción.

-¿Me concedes este baile? -preguntó entonces Kyle, ofreciéndole su mano a Annabelle.

-Eres un cursi -replicó ella, con una sonrisa-, pero sí.

Ella puso los brazos alrededor del cuello de Kyle, entrelazando los dedos en su nuca. Él puso las manos en la fina cintura de Annabelle, y sus dedos podían rodearla sin problema. Parecía tan pequeña, tan... frágil. Pero Kyle sabía que no era así. O al menos, eso creía.

La voz de Quentin era casi irreconocible entre la profunda letra de aquella hermosa canción, pero la interpretaba con bastanete sinceridad, y entonaba que daba envidia.

Kyle y Annabelle bailaban con pasos lentos, con las cabezas agachadas y sus frentes una contra la otra. Annabelle podía oír el sonido de la respiración de Kyle, notaba el tranquilo latido de su corazón, y eso la calmaba.

-Te quiero -susurró ella.

-Te quiero -le dijo él de vuelta.

Annabelle subió un poco la vista para mirarle a los ojos y se topó con muchos otros pares de pupilas clavadas en ellos. Los. Estaban. Mirando. Todos. De repente notó cómo su pulso se aceleraba, y notó como si el corazón se hubiera mudado de su pecho para trasladarse a su gargante. Sentía que si decía una sola palabra, el corazón se le saldría por la boca. Sus piernas flaquearon. Comenzó a temblar como un flan.

-¿Estás bien? -preguntó Kyle, preocupado, cuando notó que ella había cargado su peso sobre él al no poder sostenerse.

-Sí... -dijo ella con dificultad. Se aclaró la garganta-. Sí -repitió con seguridad-. Sólo necesito sentarme un rato.

-¿Quieres que te acompañe?

-No, tranquilo. Puedo sola. Será un rato. No te preocupes.

La canción había terminado y la gente aplaudía entusiasmada a la actuación del grupo. Annabelle se escabulló entre la gente, y notó sus ojos clavados en la nuca, mientras caminaba mirando al suelo. Por fin encontró unos asientos frente a la mesa de aperitivos y se sentó.

El tiempo pasó rápido y pronto "un rato" pasó a ser media hora, y esa media se convirtió en una, y quien sabe en cuánto más pudo convertirse esa hora. Y allí estuvo todo ese tiempo, observando a Quentin interpretar el más largo repertorio de canciones que jamás había escuchado. Kyle no fue a buscarla, pero ella no lo notó, estaba demasiado ocupada comiendo todo lo que le ponían por delante y mirando a la gente bailar. Parecían felices. Ugh, qué amarga la parecía esa felicidad a Annabelle.

Cuando miró su reloj, eran más de las dos de la mañana. Sus ojos comenzaban a cerrarse, así que decidió buscar a Kyle para marcharse a casa con él. En su mente, cuando se marcharan de allí, todo volvería a ser normal. Hablarían en el descapotable sobre la noche, Annabelle comentaría algo sobre la voz de Q, y después cada uno se iría a su casa. Seguirían con sus vidas, yendo cada día al Penny Lane's y de vez en cuando a las vías de tren. Annabelle no volvería a pisar una fiesta. Nunca. Más.

Lástima que la realidad no fuese a ser así. Al menos, no del todo. La realidad nunca es tan hermosa como la vemos en nuestra imaginación.

Annabelle volvió a meterse entre toda aquella gente, y arrugó la nariz. Allí olía exageradamente a alcohol. Probablemente estaban todos borrachos. Las palomitas, las patatas, y todos los aperitivos le pesaban en el estómago Ella era la única gilipollas que no había sido capaz de beber en toda la noche. Genial.

Sus ojos encontraron la cabeza de Kyle. No supo como sabía que era él, ya que estaba de espaldas, pero el caso era que lo sabía. Tenía la cabeza extrañamente agachada, como si estuviera hablando con alguien mucho más pequeño que él.

Pero entonces se dio cuenta, y toda ilusión se rompió dentro de ella. Estaba besando a alguien. Ese alguien tenía un leve olor a mar y el cabello celeste.

Dios, susurró ella. La chica era Jade.

Las lágrimas comenzaron a brotar en sus ojos, y se tapó la boca para ahogar un sollozo. No podía creerse lo que estaba viendo. Delante de sus narices, la persona a la que más amaba en el mundo la estaba traicionando. Por muy borracho que pudiera estar. Deseó con todas sus fuerzas que fuera sólo un mal sueño, pero muy en su interior sabía que no era así.

Las cabezas de Kyle y Jade seguían pegadas cuando alguien detrás de ella dijo:

-Oh. Dios. Mío.

Era Quentin, que ya había dejado el escenario. Estaba tan asombrado como ella, aunque no estaba tan dolido. Por supuesto que no.

Annabelle se dio la vuelta con la cara empapada de lágrimas y le susurró con voz rota a Quentin:

-Llévame a casa. Por favor.

Él asintió sin decir una palabra y la rodeó con un brazo, y solo entonces, mientras caminaban al aparcamiento, ella se permitió sollozar, llorar, y gritar todo lo que se había callado. Dios, la había traicionado por esa puta de Jade. Su Kyle. Nunca esperó algo así de él. Pero claro, había olvidado que él era Kyle Dixon. El rompecorazones despiadado.

Se subieron en el pequeño coche de Q, y ella, todavía llorando, le dio su dirección para que la llevara. Entonces oyó la voz de Kyle desde tan solo unos metros de distancia. Estaba claro que la había visto marcharse.

-Annabelle -dijo, arrastrando las sílabas de una manera extraña y repugnante. Estaba claro que estaba borracho. Se dio cuenta en cuanto ella lo miró de que estaba llorando-. ¿Annabelle? Oh... Dios. Lo has visto.

Ella lloró aún más. Él había sido consciente del beso y no se había apartado.

-Lo... lo siento.

-Cállate la jodida boca -le escupió ella-. Arranca -ordenó a Quentin.

El coche salió del aparcamiento antes de que Kyle pudiera pronunciar una palabra más. Se quedó allí, de pie y tambaleándose, borracho como una cuba y con la culpabilidad ahogándole.

Al llegar a la puerta del apartamento de Annabelle, ella no movió ni un músculo. Seguí sollozando entre sus rodillas. El llanto sonaba doloroso incluso para él.

-Annabelle -dijo Quentin-. Eh, Belle, ven aquí.

El nombre le hizo sonreír un poco, y al instante estuvo llorando aún más, pero entre los brazos de Quentin. Se sentía bien allí. Entre sus brazos se sentía segura, aunque seguía destrozada por lo que Kyle había hecho, y dudaba que nada pudiera arreglarlo.

Kyle había roto su corazón en pedacitos tan pequeños que todos y cada uno de ellos se habían perdido. No podía repararlo. No podía encontrarlo.
La había convertido en un jodido e irreparable desastre.

Extraña. (Flashbacks 7)

miércoles, 28 de mayo de 2014

«I'd like to be my old self again
but I'm still trying to find it.»

En el interior del descapotable blanco, los ojos de Kyle seguían posados sobre Annabelle. Ella estaba observando a las personas que se unían a la gran multitud de en frente al escenario. Todas hablaban a la vez, contribuyendo a la contaminación auditiva que pronto iba a provocar que los oídos de Annabelle estallasen. Se sentía horrible en aquel momento. Tenía un nudo en la garganta que provocaba que no pudiera articular ni una sola palabra. Le quemaban los ojos, y, por mucho que trataba de ahogar las lágrimas, ellas encontraban la manera de salir a flote a través de sus ojos. En el pecho sentía como si tuviese un globo que se inflaba cada vez más, y este fuese a explotar de un momento a otro.

-Annabelle -dijo Kyle con voz tranquilizadora-, cálmate. Lo pasarás bien, confía en mí.

Confiaba en él, pero eso no hacía que dejara de sentirse como un pez fuera del agua en aquella fiesta llena de gente. Annabelle tenía anthrophobia, miedo a la sociedad y a la gente, aunque sólo le aparecía esta fobia cuando estaba en sitios con grandes multitudes de personas. Kyle, sin conocer acerca de ese detalle sobre ella, la había invitado a acompañarle. Le había hecho falta mucho valor y toda su fuerza de voluntad para convencerse a sí misma de que estaría bien ir, tratar de superar su miedo, enfrentarse a él.

Así que, dos horas antes de que Kyle la recogiera, se había vestido -muy distinta a lo que solía- con unos shorts vaqueros desgastados, una camiseta con la bandera americana y unos tacones que la hacían sentirse como si estuviera continuamente haciendo equilibrios en una cuerda, y se había delineado los ojos también en el párpado inferior, algo que no solía hacer nuca. Cuando se miró en el espejo, arrugó la nariz a su reflejo. Se veía muy diferente, y no estaba segura de si le gustaba. Se encogió de hombros, decidiendo no pensar más en ello y giró sobre sí misma para dirigirse al salón, tropezando por culpa de los tacones. Se apoyó en su escritorio para no caer al suelo. Cuando consiguió volver a levantarse, se dio cuenta de que no eran solo los zapatos los que le impedían mantener el equilibrio. La cabeza le daba vueltas, sentía como si se fuese a desmayar en cualquier momento.

Le costó trabajo llegar al sofá, y una vez allí se tumbó, con la cabeza en uno de los cojines y los pies sobre otro. Dándole un manotazo al reproductor de música que había en la estantería junto al sofá, hizo que la música comenzara a sonar, con el CD que había dejado puesto Kyle algunos días antes. Y, con las notas de Summer Begs acariciándole los oídos, Annabelle cerró los ojos y se quedó dormida.

La despertó la canción que tenía asignada como tono de llamada a Kyle, Annabelle. Sólo cuando abrió los ojos se dio cuenta de que no procedía del reproductor, sino de su móvil, que estaba justo al lado de su oído, y esa había sido la razón por la que se había sobresaltado. Aún adormilada, despegó la cara del brazo del sofá y descolgó el teléfono.

-¿Diga? -dijo, intentando sonar despierta.

-Estoy abajo -dijo la voz de Kyle al otro lado del teléfono.

Mierda, pensó ella.

-Estupendo -respondió Annabelle, forzando una sonrisa para convencerse a sí misma-. Bajo en cinco minutos.

Colgó el teléfono, se levantó del sofá y se calzó los tacones. Se frotó la cara para despertarse un poco, y entonces se acordó del maquillaje. Mierda, mierda, mierda. Corrió al cuarto de baño a lavarse la cara y a pintarse de nuevo. Una vez hubo terminado, se miró a los ojos en el espejo y sonrió.

-Soy Annabelle Rosseau -le dijo a su reflejo, con voz segura y decidida-, y puedo con todo.

Promesas. (Flashbacks 6)

domingo, 25 de mayo de 2014


«All the best lies, they are told with fingers tied.
So cross them tight when you promise me tonight.»


Annabelle caminaba de puntillas por el borde de aquella carretera. Era martes, más o menos a las seis de la tarde, y el sol parecía intentar esconderse tras las nubes, tiñéndolas de colores cálidos y vivos. Era uno de los momentos del día favoritos de Annabelle. Normalmente admiraba aquel paisaje desde su apartamento, pero los altos edificios de la ciudad no la dejaban observar como ella quería, así que ese martes decidió salir al campo para poder disfrutar del todo de aquella vista.

Era abril, y había empezado a hacer calor, por lo que ella se había deshecho de su larga cabellera pelirroja y se había cortado el pelo a la altura de la barbilla. Eso sí; sus características y extravagantes rosas rojas seguían sobre su cabeza. Las puntas de su cabello se balanceaban y le rozaban la cara a cada paso que daba, lo que, sumado a la suave brisa, era una sensación agradable.

Se había alejado casi cuatro kilómetros de la ciudad a pie, y, aunque el dolor empezaba a molestarle, seguía caminando, respirando el aire puro del campo. Estaba bastante cerca de las vías de tren, y se prometió a sí misma que más tarde se acercaría a ellas. No tenía muy claro el objetivo de aquello, ya que Kyle no estaba con ella. Simplemente iría y recordaría la primera vez que Kyle la había llevado allí. Desde entonces, aquel sitio se había convertido en suyo, en algo que compartir.

Ante Annabelle, la carretera se extendía hasta más de donde la vista podía alcanzar. Había una tranquilidad tan distinta del bullicio de la ciudad, que ella se sintió como en casa. Tan solo se escuchaba algún que otro pájaro cantando, el correteo de las ardillas escondiéndose en los árboles, y el suave sonido del viento. Una pequeña ardilla miró a Annabelle, curiosa, y ella le hizo una mueca, provocando que el animal huyera, asustado. Ella soltó una risita y siguió caminando.

De repente, un ruido de ruedas rozando contra el asfalto sobresaltó a Annebelle, que saltó a un lado para alejarse de la carretera. El sonido se sentía cada vez más cercano, y ella se volvió para ver al coche que se acercaba. Cuando reconoció el descapotable, le sonrió en la distancia.

Kyle.

El descapotable blanco se acercaba cada vez más, y no paró cuando estuvo justo al lado de Annabelle. En su lugar, ella oyó a Kyle gritar:

-¡Te echo una carrera!

¿Una carrera? ¿Se creía que ella correría detrás del coche? ¿Estaba loco? La primera pregunta se respondía con un sí, la segunda con otro sí, y la tercera con un puede. Pero, seamos sinceros, Annabelle tampoco estaba muy bien de la cabeza, por muy cuerda que pudiera parecer. Así que se deshizo de su calzado, miró al coche, que se alejaba rápidamente, y con una sonrisa decidida, echó a correr lo más rápido que pudo.

De alguna extraña manera, supo hacia donde se dirigía Kyle. Las vías de tren no están tan lejos, se dijo a sí misma, puedes aguantar el dolor un poco más. La planta de los pies le producía un dolor punzante cada vez que lo apoyaba en la carretera, pero intentó no pensar en ello. Sorprendentemente, alcanzó al coche a los dos minutos -sobra decir que Kyle había disminuido bastante la velocidad-, y llegó a la vez que él a las vías de tren.

En cuanto llegó, se tiró literalmente sobre la hierba que había brotado allí durante los dos últimos meses y aspiró su olor. Le gustaba el aroma de las plantas en general; flores, césped, árboles, lo que fuera.

Oyó el coche de Kyle frenar junto a ella, sin embargo, no volvió la vista. Cerró los ojos e intentó relajar su respiración. Le dolía todo el cuerpo, pero aquel dolor le hizo sentirse viva.

Notó a Kyle sentándose a su lado y se enderezó, con cuidado. Él llevaba un ramo de algo. Annabelle intentó fijar la vista y consiguió distinguir las flores que Kyle le había traído. Margaritas.

-Feliz martes 13 -dijo, entregándole las margaritas.

-Parece que vives en otro mundo, Kyle Dixon -replicó ella, aunque aceptó las margaritas. Había exactamente trece de ellas-. ¿Nadie te ha dicho aún que los martes 13 dan mala suerte?

-¿Quién ha dicho que eso sea cierto? -Ella sacudió la cabeza con una expresión de «no tiene remedio»-. No creo en eso de la mala suerte. Las cosas simplemente ocurren, no importa el día que sea. Puedes romperte una pierna tanto un martes 13 como un lunes 12.

-Parece que le has dado muchas vueltas.

-Digamos que he tenido mucho tiempo libre -dijo Kyle, riendo.

-Gracias -Annabelle se acercó para besarle.

No solían comportarse como parejas normales, no hacían manitas en los restaurantes ni se besaban cada cinco minutos. Ni siquiera tenían muy claro lo que eran. Tan solo sabían que se querían, y, por muy cursi que sea, con eso les bastaba.

Se quedaron un rato observando el sol tras las nubes, con sus dedos entrelazados, compartiendo silenciosamente el momento más bonito del día. Probablemente Kyle nunca llegó a enterarse, pero Annabelle había compartido algo importante con él, lo que quería decir que confiaba en él. Y, a veces, la confianza puede ser nuestro peor error.

-Kyle -susurró ella, de repente.

-¿Sí?

-¿Prometes que nunca me dejarás?

Aquello era una pregunta seria, Kyle lo notó porque la voz de Annabelle sonaba quebrada, como si le costara sacar las palabras de su garganta, como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento. Se tomó un tiempo antes de contestar.

-Normalmente no hago promesas -al decir esto, notó que ella se desilusionaba, y casi  pudo ver en sus ojos algo dentro de ella rompiéndose, por lo que continuó rápidamente-, porque hacer una promesa es como adelantar lo que ocurrirá en el futuro, y el futuro es algo incierto. No podemos predecirlo, ni tampoco cambiarlo. Pero, Rosseau, por ti haría cualquier cosa, lo sabes.

En la garganta de Annabelle se formó un nudo, y quiso golpear a Kyle por haberle dado tal susto. Por un momento había creído que él se marcharía, que no se comprometería a una promesa como aquella.

-Lo prometo -dijo él.

Ella le abrazó inmediatamente, sintiendo como si fuera a explotar en cualquier momento. Tranquilidad, entusiasmo, amor, tristeza, sorpresa, alegría. Demasiadas emociones para solo diez minutos.

-¿Lo prometes... por nosotros?

-Por nosotros -respondió Kyle, tranquilizándola.

Teniendo en cuenta lo que ocurrió la semana siguiente, esta promesa fue jodidamente irónica. Pero Annabelle la creyó, y Kyle creyó de verdad que la cumpliría.

Y ese fue su gran error.

The Lechuga Team.

lunes, 12 de mayo de 2014



«Being with you is like being in Wonderland: we're all mad, but we don't care, in fact, we like it.»


Queridas Hoja y Galleta:

Os debía esto desde hacía muchísimo tiempo. Os debía un agradecimiento, a decir verdad, desde que aparecísteis en mi vida, porque desde entonces no soy la misma, y, sobre todo, porque sin vosotras no soy nada. Os debo muchísimo.

El problema es que no sé expresarme con esto, y sé que voy a llorar, entre otras cosas porque tengo a Taylor Swift sonando por detrás, el disco es Speak Now y pronto sonará Long Live, supongo que entendéis a dónde quiero llegar. Además, tengo tantas cosas que deciros que no sé por dónde empezar, y os aseguro que acabaré dejándome la mitad por el camino.

Empezaré por el principio, como las personas normales (aunque las tres sabemos que no somos normales en absoluto):

D. Cameron Atlas (te llamo por tu nombre completo porque soy Diva y puedo), ¿recuerdas cómo empezó todo esto? Un día me mandaste un mensaje a mi cuenta personal de twitter, preguntándome si era Merce Fearless, y ese fue el origen de todo. Resulta increíble pensar que si nunca me hubieras hablado, probablemente ahora no estaría escribiendo esto. Recuerdo que cuando lo leí me entró un poco de miedo, en parte por hablar por internet con alguien que no conocía, y por otra parte creo que fue esa inquietud de no caerte bien. Y desde ahí comenzamos a hablar todos los días, yo te contaba como copiaba en los exámenes de Tecnología y siempre te preguntaba cuando ibas a publicar, seguramente te parecería una pesada, pero no podía estar más de una semana sin leer algo tuyo. Poco a poco ese miedo que tuve al principio me fue pareciendo absurdo, porque te empecé a conocer más, y, qué quieres que te diga, querida Atty, si es que eres una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida, y lo digo en serio, nunca lo olvides. Si hubiéramos dejado de hablar yo no sé lo que habría hecho, porque sin ti me hubiera sentido como si me faltara algo. Hubiera echado en falta tus fangirleos por One Direction, tus regañinas por copiar en Tecnología, tu obsesión por el Rock, los informes que hacías sobre tus exámenes, tus ataques de hablar en inglés..., todo. Doy gracias porque no he tenido que echar en falta nada de esto, porque sigues a mi lado. Te convertiste en una amiga de verdad, en alguien que no quiero perder por nada del mundo.

Y entonces, un día que parecía otro cualquiera, creaste un grupo en Hangouts en el que también estaba una personita llamada Annie Montrose. En ese momento, Annie, yo no sabía mucho de ti, salvo que dibujabas de una forma que daba envidia, y que escribías genial, ya que había leído alguna que otra entrada de tu blog. Hasta entonces no había tenido otro contacto contigo que ese de leer tu fantástico blog, y tan sólo había podido admirarte, y te admiro aún, pero entonces era sin llegar a acercarme, sin llegar a hablarte. Y hablo en serio cuando digo que me sentí completamente feliz cuando vi el mensaje en el que me decías que querías conocerme. Ya había pensado antes, y no me equivocaba, que eras una persona maravillosa. Ahora, después de tanto tiempo, ya te conozco, conozco tu carácter, sé que cuando estás nerviosa dices nombres de países al azar, sé que tu carta de Hogwarts se perdió junto a la mía, conozco tu grandiosa admiración por The Beatles (por no decir tu obsesión c:), y sé que tienes corazón británico, como yo. ¿Qué haría yo sin ti?

Desde entonces comenzaron todas nuestras locuras, todos esos interminables ratos de mensajes en Singing Inc., tantas risas, tantos «awwwwww», tantos fangirleos, tantas cosas que hemos compartido. No las cambiaría por nada del mundo. Me habéis ayudado en mis peores momentos. Son innumerables las tardes en las que llegaba a casa con ganas de cerrar los ojos y no volverlos a abrir jamás, y entonces leía vuestros mensajes y me olvidaba de todo, porque con vosotras todo es mejor.

¿Recordáis el día en el que Annie mandó la imagen de lechuga? Yo lo llamo «El Gran Día», y sé que es estúpido, pero lo considero el día en el que encontramos algo más que compartir. Nuestra palabra, algo que sólo nosotras comprendíamos. Algo solo nuestro. Porque lechuga es nuestro siempre. Y será así por los siglos de los siglos (Amén).

Es ridículo recordaros que sin vosotras no soy nada, porque creo que ya lo sabéis. Porque no somos simplemente amigas. Somos hermanas lechugas fangirls. Y Divas. Y Únicas. Y muchas más cosas. Puede que estemos más locas que el culo de una cabra, porque, sí, lo estamos, pero cuando estoy con vosotras no es algo de lo que avergonzarme. Me aceptáis con mi subnormalidad, con mis problemas y con mis ataques de locura, y no sabéis cómo os lo agradezco. Cuando hablo con vosotras me siento como en casa, me siento bien. Adoro infinitamente cada conversación que compartimos, porque me hacen sentirme completa.

Así que gracias a los dos.

Gracias, Atlas, por ser tan única, por ser mi pequeña-no-tan-pequeña-directioner, por ser tan adorablemente perfecta, por tus ataques de hablar en inglés, por arrastrarme a mí también a veces a fangirlear sobre One Direction con tu enorme entusiasmo, por llamarme Margaritte, porque vas a crear conmigo la película de El Gato Fofo: El Regreso, por ser tan Divergente y no dejar que te controlen, por darnos a Annie y a mí consejos tan motivadores cuando estamos depres, por fangirlear conmigo sobre PLL (aún no lo has hecho, pero créeme cuando digo que lo harás), por tantos mensajes que me han llevado a decir eso de “explosión de genialidad”, por tus programas de radio particulares, y absolutamente por todo. Gracias por todo, Hoja.

Gracias, Annie, por ser Diva conmigo, por ofrecerte voluntaria para comprarme libros en mi futura librería, porque ambas iremos a Londres y nos casaremos con ingleses, porque tomaremos el té a las cinco en punto, porque hubieras sido mi compañera en el vagón del Expreso de Hogwarts, gracias por esos mensajes que me he encontrado cuando he vuelto del campo, por tener fe en mí cuando yo no la tengo, por tus comentarios tan fantásticos, por entusiasmarte tanto cada vez que subía un nuevo capítulo de Different, por seguir mi novela desde el primer momento, por hacerme ver que no está tan mal como yo pienso cada vez que me pongo a escribirla, por hacerme sentir que no soy la única que está loca, por enseñarme que está bien estar loca, y por cada una de las cosas que hemos compartido. Gracias por todo, Galleta.

Os prometo con un Juramento Inquebrantable que nos vamos a conocer en persona, aunque sea lo último que haga. Aunque cumpla los veinte o los treinta y no lo haya conseguido, no me daré por vencida, y si alguien me dice, en plan Dumbledore «After all this time?», no le responderé always, porque eso no hubiera sido una respuesta digna de The Lechuga Team. Responderé, con todo mi orgullo de Diva, «lechuga».

Por último, John Green dijo una vez que hay infinitos más grandes infinitos, y estaba en lo cierto. Y por eso, me despediré diciendo:

Os quiero, con un gran infinito.